Petit de Murat, Facundo y Potenza, Nahuel. 2019. “Vamos a silenciar. Ruido, músicos callejeros y espacio público”.
https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/154790/CONICETDigitalNro.e59eb0aa-909f-471f-add3-56e150ee473fA.pdf?sequence=2&isAllowed=y [Consulta: 1 de septiembre 2022]
Etnografía sonora del artículo https://elminibuda.com/subte/
RESUMEN
Este artículo aborda el conflicto entre el Estado de Argentina y los artistas callejeros del subte de Buenos Aires, dado el proyecto de Ley presentado en julio de 2018, que pretendió homologar la música callejera como ruido.
El objetivo del estudio fue investigar el rol de los músicos del subte en relación con el medio en que desempeñan su actividad, analizando en ello cómo esto se va plasmando de elementos sociales que cuestionan el sistema. Desde ahí también se evidencian las acciones que realiza el estado para controlarlas.
La investigación inicia describiendo un cuadro en Buenos Aires, en donde diversas publicidades invitan a disfrutar la ciudad. Específicamente lo que relatan los autores se centra en el subte, medio de transporte rápido y con conectividad, y en el músico de la calle, que se describe como un hombre joven, vestido informal, con su atuendo musical. Lo que se deja en evidencia es la conexión que existe entre ambos (músico y subte) y con ello la identidad de la ciudad, lo que los motiva a investigar.
Profundizando, los autores señalan que el nuevo proyecto de ley, en el artículo 85, sanciona la existencia de ruidos molestos en la vía pública y permitía la intervención de las autoridades estatales sin denuncia mediante, situación que alertó a los artistas callejeros. A raíz de esto, durante el segundo semestre de 2018, se unieron, se manifestaron y protestaron. En esta lucha de los músicos se sumaron otros trabajadores de la calle y de la población.
Luego, los autores comentan que el gobierno trasandino habilitó shows con presencia policial en espacios del subte, considerando también en estas presentaciones a la banda de la Policía Federal. En estos espacios públicos se encontraban entonces aquellos músicos autorizados y aquellos que interpretaban de manera ilegal, es decir, diversas agrupaciones de músicos y artistas organizados.
A partir de aquí, la investigación pone en el tapete cuál es el espacio sonoro que permita considerar alguna expresión artística como música o ruido, cuál es el espacio público permitido para poder ejecutarla y cuál es la consideración para indicar si la música en la calle constituye o no una contravención.
Posteriormente, se plantea el emblema de lucha de las manifestaciones: “El arte callejero no es delito” y se presenta la reflexión que si el Estado requiere controlar es porque lo considera como algo peligroso, dañino y desajustado. En ello, se cita a Jacques Attali para dar fuerza a la idea que el ruido contiene en sí la potencia del cambio, de la subversión y del futuro, motivo por el cual se considera peligrosa la música callejera. No es tanto en su contenido musical, sino en el rol social de los músicos y el sonido en la sociedad.
Lo que plantean los autores que busca el Estado es reducir el ruido para una institucionalización del silencio, por esto el título del artículo “Vamos a silenciar”. Sin embargo, plantean que no es la primera vez que esto ocurre. Otras ocasiones fueron la campaña “Acción contra el ruido”, desarrollada por el Intendente José Embrioni junto con la “Comisión de Coordinación Permanente contra el Ruido Ambiental y la Contaminación”. Si bien, los contextos son diferentes el mensaje es el mismo: si se controla el ruido se maneja el discurso. En esto, los autores evidencian que hay una negación del arte como trabajo, sin embargo, destacan que el músico no toca para subsistir económicamente en el mercado.
En cuanto al desarrollo de la investigación los autores destacan que el trabajo de campo consistió en entrevistar a varios músicos del subte y acompañarlos en sus recorridos. De estas conversaciones determinaron que en el subte hay una organización oficial y otra informal, en relación a la sonoridad.
Detallan así las características de cada una indicando que la oficial, es la formal, del Estado, con permiso de lugar y horario. Las dificultades que en ella radican se basan en que los permisos no son fáciles de conseguir, los horarios están restringidos para ejecutar entre 6 y 8 horas semanales y los espacios para hacerlo están ubicados lejos de donde transita la mayoría de las personas.
Por su parte, en la informal, que no posee permiso Estatal, priman reglas implícitas y explícitas eficientes, de autogestión entre las diferentes personas que ocupan la calle. Posee un lugar de reunión, una organización, donde se juntan y se distribuyen cada uno en su recorrido, existiendo un reconocimiento del espacio de aquellos músicos que ya se han hecho un lugar a fuerza de tiempo, persistencia y permanencia (Derecho a piso) y una comunión que los hace parte de un todo.
Las dificultades que presentan se relacionan con que existe mayor o menor empatía para el ingreso de nuevos músicos al sistema y con que presentan códigos establecidos que si se van en contra de ellos puede generar un rechazo e incluso un riesgo físico. Se trata, también, de un sistema donde se juegan distintas competencias: económicas, materiales, simbólicas y sonoras.
Los autores finalizan indicando que los músicos del subte desempeñan una actividad que está entre lo artístico y lo laboral, aunque el Estado niegue este último aspecto y lo sitúe como una práctica ociosa, dado que escapa su control.
Finalmente, los autores destacan que a pesar que se consideró la lucha social de los músicos y las personas que se unieron a ellos el espacio público sigue en disputa, al igual que el concepto de ruido y la resistencia al silencio. Lo que está en juego para los autores es la potencia del cambio y el futuro.